Funesiana

Por Loyds


Tengo la adicción más estúpida del mundo. Mi vieja es alcohólica, hay gente que se desfonda la nariz, otros se pasan las temporadas de Lost con una ansiedad insoportable. Yo no puedo parar de hacer sudokus. Tengo un libro que tiene 1200 y ya me quedan pocos, pronto será hora de volver a stockearme. Dicen que es un ejercicio mental que previene el Alzhaimer y, teniendo en cuenta que mi abuela espichó de esa enfermedad del orto es una buena forma de justificarme. Aunque esté estúpido y no haga casi ninguna otra cosa. Aunque sólo de tanto en tanto algún imprevisto me saque de mi letargo numérico.

Hoy, por ejemplo, recibí un mail de mi editora que dice que la última nota que le mandé, un mamotreto ilegible sobre una tienda neoyorquina de ropa tradicional, tiene el doble de los caracteres necesarios. A podar, me escribe. Y yo haciendo sudokus: uno más, digo, y se me pasa la mañana, el día y la vida. Pero tengo que cobrar la nota. Además mi editora está buenísima y no quiero enemistarme con ella, porque mi mayor anhelo es poder bajarle la caña algún día. Así que corto aquí y allá y convierto el mamotreto en una serie de telegramas, ilegibles también, para volver lo antes posible a mi libro de sudokus.

Cuando estoy descifrando uno muy hijo de puta, me llama Funes. Dice que le arreglaron el teléfono. El tipo estuvo como 10 días sin móvil y nuestras comunicaciones decrecieron considerablemente. Una herida mortal para mi maldita adicción, porque de un tiempo a esta parte había empezado a colaborar con él en su editorial artesanal, haciendo libros a mano, y eso era lo único que conseguía mantenerme alejado de mis tentadores numeritos. Funes me comenta que esta noche vuelven Los Mudos, el ciclo de narrativa que traspolé a las calles de Malasaña, en Madrid. Le digo que sí, que me llegó el mail recién hoy y que tengo una parrillada con mi banda de vagos amigos, pero que trataré de llegar más tarde, al menos para ponernos al día y clavarnos unas cervezas.

¿Y el texto?, pregunta. ¿Qué texto?, le contesto. El que tenés que leer, boludo. Y ahí mi cerebro abandona los fucking númeritos sudokianos y vuelve hacia atrás en un repaso de los últimos días. En su incomunicación telefónica Funes me mandó un par de mails hablando de algunas cuestiones de la editorial y en uno de ellos me pedía un texto inspirado en alguno de los títulos funesianos. ¿Tipo reseña?, le respondí, siempre por mail. No, algo que te haya inspirado la lectura de alguno de los libros. En ese momento tomé nota y lo dejé para más adelante, total no había apuro y cualquier excusa es buena para poder sumergirme en un nuevo sudoku. Pero resulta que el texto ese que tenía que escribir era para leer esta misma noche en la apertura de Los Mudos. Joder, pensé, ¿tan estúpido estoy que no puedo concentrarme siquiera en la lectura de un mail? Pero Funes me dice que en una de esas su mensaje no fue del todo claro, que igual me caiga a tomar unas birras, que está todo bien.

Corto el teléfono y me meto en la computadora. Abro mi correo electrónico: el mail de Funes se titula Los Mudos y claramente me pide que escriba un texto acerca de cualquiera de los libros de la editorial menos Rocanrol. Pero nada dice acerca de leer ese texto en público y mucho menos este miércoles. Voy al mail de invitación a Los Mudos y veo que después del afiche (lo único que había visto antes, entre sudoku y sudoku) hay un choclo larguísimo que, entre otras cosas, anuncia mi lectura. Un papelón letal. ¿Qué hacer, cómo escribir algo sobre algún título funesiano si el único que leí recientemente es Rocanrol, justamente del que no tenía que escribir? Hace tiempo leí la Escolástica Peronista Ilustrada de Godoy, un poema eterno y genial donde todo se vuelve peronista, y también estoy algo familiarizado con Los Pacoquis, una plaqueta de poesía del más crudo Levín, cuya semejanza con cualquier hecho o personaje de la vida real puede ser sólo atribuida a la casualidad. Pero mi memoria deteriorada jamás me permitiría ahondar más profundamente en esos textos sin volver a leerlos.

Córdoba – Buenos Aires – Rosario, antología que alterna a la gloriosa vanguardia del Open Gallo con lo más encumbrado de la literatura joven cordobesa, es una rareza prácticamente inhallable: yo tengo una primera edición limitada (existieron menos de 20, dicen) en alguna de las cajas que hibernan en casa de mi hermana desde mi regreso a Buenos Aires. No puedo escribir sobre ella por falta de precisión y porque hay un cuento mío, pero las ganas de releer esos textos de pronto me invaden. Hasta que empiece el próximo sudoku, supongo.

¿Poesía para Gerentes? Cada vez que quise leerlo estaba agotado, sin duda se encuentra entre mis próximas lecturas, pero recién ahí podré confirmar por escrito todos los elogios que he venido escuchando. Conozco bastante bien lo que hacen Jaramillo y Lamberti, de escucharlos en lecturas y tertulias, y también sé que voy a devorar sus libros apenas mis malditos sudokus me den algún respiro. Hasta entonces no podré inspirarme en ellos para escribir un texto propio.

Antes de salir arando para la facultad (hoy es mi primer día y ya estoy llegando tarde) hago un racconto de las últimas horas, huérfanas de sudokus, y no puedo dejar de esbozar una sonrisa: la Editorial Funesiana sigue logrando paliar, al menos en parte, mi adicción. Las ganas de leer los títulos pendientes, de volver a disfrutar de esos textos artesanalmente encuadernados, crecen en mi cabeza y los malditos números van siendo reemplazados uno por uno por letras que forman palabras. Y de pronto se me ocurre que tal vez esta noche, entre una cerveza y otra, pueda compartir esto que me pasa con la gente que vaya a Los Mudos y, por qué no, comprar otro funesiano para mi biblioteca. Espero, eso sí, que a Funes nunca jamás se le ocurra editar libros de sudoku.


*

1 comentario:

futura jana dijo...

cuando hice por 1 vez un sudoku creí que jamás iba a poder parar
pude
pero cada vez que me mando uno me quedo con ese queseyó
típica de las adicciones