Fernando
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[fragmento del cuento Ingrávido leído el 13 de agosto de 2008]
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[fragmento del cuento Ingrávido leído el 13 de agosto de 2008]
Desde la adolescencia, recibo en casa una publicación dedicada a destacar los hechos más notorios y los avances más sorprendentes del mundo de la ciencia, la medicina, el arte, e incluso la vida cotidiana. Se trata de la revista “No te la puedo”. Tengo desde la Nº 1 publicada 19 años atrás, hasta el último ejemplar que salió hace una semana. A través de toda la colección, tuvieron gran relevancia los artículos relacionados con los viajes espaciales y la conquista de otros mundos. Este tipo de informes son mis favoritos, aún hoy. Miles de veces encontré mis propios ojos asomados por el visor de la escafandra de los astronautas que aparecen en las fotos. Me he imaginado reportándome a Tierra, o reparando los comandos en pleno vuelo. Viajar por el Espacio. Quedar por un instante rodeado por el Universo. Allí estaba mi sueño, entreverado con los textos y las imágenes de la revista.
Pero viajar por el cosmos no es para cualquiera, y mucho menos si uno ha nacido en un barrio porteño. Allí las hazañas se limitan a ganar una carrera de una punta a la otra en la vereda, o quizás a remontar una pulseada que pintaba desfavorable. Cosas terrenales en definitiva. Sólo la conquista de la piba más linda de la cuadra podía ser un hecho de alto vuelo, vinculado con lo fantástico o fuera de este mundo. Claro que, al menos en mi barrio, la más linda se iba siempre con alguien de otro lugar; al igual que las naves espaciales eran invariablemente abordadas por otros afortunados.
No obstante, llegado el Nº 200, “No te la puedo” celebró con una edición especial que parecía hecha para premiar mi consecuencia en la compra de la revista. Aquel número traía una propuesta a la medida de mis sueños: un curso de Astronáutica por correo.
- ¡Tatiana! ¡Mirá lo que salió!
Ella me miró con la indiferencia que la caracterizaba desde que volvimos de nuestro viaje de bodas. Leyó rapidito la hoja donde se publicitaba el curso y opinó que era un “curro”, porque simular una experiencia no era lo mismo que vivirla. En ese punto tenía razón, qué duda cabe, pero era mi única posibilidad de conocer cómo se entrenaba un astronauta y cuáles eran las condiciones de vida dentro de la nave. Además, la revista anunciaba experiencias que me aproximarían a la sensación de ingravidez, que tanto me había obsesionado desde mi juventud.
Le dije que compraría los fascículos, y ella respondió- con voz muy mejorada- que había 18º de temperatura, y que se iba a una pausa y ya volvía con toda la actualidad.
A la semana siguiente llegó el primer envío. Traía fotografías de altísima calidad, diagramas explicativos varios, e imágenes que recreaban el cosmos dibujadas por artistas. Tenía un apartado con anécdotas relatadas directamente por astronautas – mis colegas, bah- y un recuadro de fondo amarillo titulado “Para que no me la puedas”, con varios datos increíbles.
La entrega de los fascículos sería semanal, independientemente de la salida mensual de la revista.
Pero viajar por el cosmos no es para cualquiera, y mucho menos si uno ha nacido en un barrio porteño. Allí las hazañas se limitan a ganar una carrera de una punta a la otra en la vereda, o quizás a remontar una pulseada que pintaba desfavorable. Cosas terrenales en definitiva. Sólo la conquista de la piba más linda de la cuadra podía ser un hecho de alto vuelo, vinculado con lo fantástico o fuera de este mundo. Claro que, al menos en mi barrio, la más linda se iba siempre con alguien de otro lugar; al igual que las naves espaciales eran invariablemente abordadas por otros afortunados.
No obstante, llegado el Nº 200, “No te la puedo” celebró con una edición especial que parecía hecha para premiar mi consecuencia en la compra de la revista. Aquel número traía una propuesta a la medida de mis sueños: un curso de Astronáutica por correo.
- ¡Tatiana! ¡Mirá lo que salió!
Ella me miró con la indiferencia que la caracterizaba desde que volvimos de nuestro viaje de bodas. Leyó rapidito la hoja donde se publicitaba el curso y opinó que era un “curro”, porque simular una experiencia no era lo mismo que vivirla. En ese punto tenía razón, qué duda cabe, pero era mi única posibilidad de conocer cómo se entrenaba un astronauta y cuáles eran las condiciones de vida dentro de la nave. Además, la revista anunciaba experiencias que me aproximarían a la sensación de ingravidez, que tanto me había obsesionado desde mi juventud.
Le dije que compraría los fascículos, y ella respondió- con voz muy mejorada- que había 18º de temperatura, y que se iba a una pausa y ya volvía con toda la actualidad.
A la semana siguiente llegó el primer envío. Traía fotografías de altísima calidad, diagramas explicativos varios, e imágenes que recreaban el cosmos dibujadas por artistas. Tenía un apartado con anécdotas relatadas directamente por astronautas – mis colegas, bah- y un recuadro de fondo amarillo titulado “Para que no me la puedas”, con varios datos increíbles.
La entrega de los fascículos sería semanal, independientemente de la salida mensual de la revista.
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